El 20 de noviembre empezó el mundial de futbol en Catar, el evento más importante de este deporte y el más esperado por lxs fanáticos del fútbol. En la cancha y fuera de ella, asoman las disputas de un mundo en conflicto, de un sistema capitalista voraz que intenta apropiarse de este deporte popular, para que sea de unos pocos, y no de todos, como la vida misma.

Los mundiales son únicos y especiales. Es uno de los eventos donde más se exacerba el amor por nuestro país, por la patria. La camiseta argentina nos une de norte a sur, con una fuerza y una emoción difícil de explicar con palabras, que solo se entiende con el corazón. Nuestra participación en los mundiales tuvo grandes hitos y capítulos que quedaron para la historia. Maradona y el gol a los ingleses después de la guerra de Malvinas, el gol más antiimperialista de los mundiales. Las finales ganadas y perdidas, llenan las páginas de nuestra memoria colectiva con recuerdos épicos y gloriosos, pero también con derrotas dolorosas. El fútbol es mucho más que un partido de 11 contra 11, es un reflejo de la vida, de sus alegrías, tristezas y desde ya, de sus injusticias.
Argentina llegó a este mundial con una ilusión enorme. Con Messi, el ídolo de nuestra generación, jugando quizás el último de su exitosa e increíble carrera, y liderando un gran grupo: la scaloneta, a la que nos “subimos” con todo porque nos representa. Con el sabor de la consagración en la Copa América y con la esperanza de coronar.
Pero también, el mundial encuentra a Argentina en un momento muy difícil para las amplias mayorías populares que sufren las consecuencias de una pandemia y una crisis económica que golpea muy duro los bolsillos de los laburantes, jubilados y de la juventud, para quienes viajar a Catar, para alentar a la selección es un sueño imposible. Aun así, nos entusiasmamos, nos juntamos entre amigos y con la familia para gritar los goles, cantar las canciones de cancha, y compartir todos los sentimientos que nos provoca el fútbol. Un deporte que está en el ADN profundo de nuestra identidad. Pocos países viven con tanta locura, expectativa, y euforia el futbol, cómo el nuestro. Es que el Diego nos dejó la vara alta, allá por el 86, dejando la vida en cada partido por los colores y cumpliendo el sueño de todxs: ser campeón del mundo.

La otra cara de Catar
Pero los mundiales tienen también sus datos de color, y lo ideológico y lo de clase, atraviesa el fútbol como todo en la vida cotidiana. Las elecciones de las sedes son cada vez más arbitrarias, con pocos argumentos futbolísticos y por causas económicas y de negociados escandalosos. Sin embargo las luchas por la igualdad entre hombres y mujeres, por los derechos y la visibilidad de las diversidades, etc, se hicieron eco en este mundial, que tiene como organizador a uno de los países que más vulnera estos derechos. Ya en el acto de apertura, se negaron a participar Dua Lipa, Shakira y otros artistas en repudio a esto. También la selección alemana exigió poder usar como brazalete la bandera del Orgullo (One Love), petición que le fue negada por la FIFA y generó un amplio repudio. Es el primer mundial donde las mujeres comienzan a tener más protagonismo en lugares importantes: por primera vez hay árbitras mujeres y también relatoras y comentaristas.
Los estadios donde se juegan los partidos fueron construidos por miles de obreros explotados y migrantes, que murieron por las malas condiciones de trabajo en la construcción de esos mismos estadios. No es el primer mundial que se organiza en un país que intenta «lavar un poco su cara represiva»: ya pasó con Mussolini en Italia (1934), con Argentina (1978) en plena dictadura militar, con Rusia (2018), que venía de aprobar leyes homofóbicas, y que en este certamen no participará por la invasión a Ucrania, aunque otros países imperialistas si lo hacen, como es el caso de Estados Unidos. Es importante no olvidar esto, y comprender que los mundiales son también hechos políticos. Las clases dominantes y el sistema se apropian del deporte más popular del mundo, para hacer del mismo un negocio, y extraer ganancias a gran escala.

Toco y me voy
El mundo sigue rodando con sus conflictos y la pelota rueda en la cancha y no se mancha, cómo decía el Diego, más allá del trasfondo político y de la corrupción. Y a pesar de todo lo bueno y lo malo, nos seguimos emocionando y tomamos la pelota, y salimos a la cancha todos los días, a laburar, a estudiar, a luchar contra las injusticias, por tierra, techo y trabajo digno para todxs, porque no haya pibes en la calle con hambre, por ni un pibe menos por la droga, y ni una piba más asesinada. Y esas victorias, esas pequeñas victorias que son nuestras luchas, se gritan como un gol. Los más de 40 millones nos ponemos la.camiseta y nos abrazamos como equipo y jugamos nuestro mundial todos los días para hacerle un gol a este sistema que nos oprime y para que los ricos no nos roben la alegría que nos da este juego.

Un aliento antiimperialista
Las guerras, las hambrunas y los sufrimientos de los pueblos del mundo por las invasiones imperialistas provocan que sus hinchadas se unan más allá de las fronteras. Esto sucede en Bangladesh con nuestra patria. Esos fueron países y regiones que sufrieron enormemente el colonialismo, el saqueo inglés y en la segunda guerra mundial, una terrible hambruna que dejó el triste saldo de millones de muertos. La recuperación de las islas Malvinas en 1982 para la soberanía nacional argentina, generó el apoyo de los pueblos oprimidos del mundo. El apoyo se convirtió en aliento a la Selección, a Maradona y ahora a Messi. En los días del mundial vimos las ciudades de Bangladesh vestidas de celeste y blanco. Es un aliento que emergió con más fuerza cuando le ganamos a Inglaterra en el Mundial ´86 con el gol de Diego gambeteando ingleses desde mitad de cancha y el que hizo con la mano. Con el pueblo de Bangladesh nos une un aliento antiimperialista que derrumba distancias, idiomas y mares. Un solo aliento para ganar partidos y copas. Un solo aliento para ganar la independencia de nuestras naciones.
