«No sé por qué todos son tan groseros, no sé por qué lo eres; No quiero nada de ti. Tal vez un poco de calidez, tal vez un abrazo papá»

Un hombre de tranquilas canas sentado junto a su esposa. Su diario, su sillón. Una voz interrumpe en la radio omnipresente de 1940 para anunciar el asesinato del alcalde y el robo de un diamante. Los policías rodean a la posible víctima tratando de evitar la tragedia. El reloj marca las 12 y el gordo rico cae muerto. Una sonrisa se forma en el rostro del cadáver: la marca del Jóker sobre sus víctimas. El diamante desaparece, y en su lugar el impiadoso avaro ha dejado su carta guardándose el derecho de autor. Otra muerte de anuncio radiofónico sucede, el Jóker escapa limpio y otra sonrisa plástica se graba en la cara de la víctima.
Bruce Wayne, en alguna habitación cercana de Gotham, se disfraza de Batman por la noche, sale a perseguir al villano y en una pelea sobre el automóvil en movimiento, chocan contra el parapeto del puente y el asesino escapa. Salto temporal. Dick Grayson, el “Pibe maravilla” se disfraza de Robin, persigue al malhechor a la salida de otro crimen. Al tratar de atraparlo, queda presa del villano. Batman llega para rescatarlo: lucha, escalada de edificio, fuego y captura del lunático. Tras los barrotes, la última viñeta nos muestra un jóker que no se rinde, con sonrisa larga, dientes largos y una piel blanca de muerte.
No estamos hablando del “Guasón” de Todd Phillips que interpreta magníficamente Joaquín Phoenix. Con el relato del Batman que atrapa al Jóker, recordábamos la primera aparición de ese idealizado villano, Guasón, allá por 1940, en Estados Unidos. El personaje parido por Jerry Robinson para el comic Batman –que ya hacía un año que recorría las páginas de la DC Comics-, es el que se fue instalando a lo largo de nuestra memoria con las distintas adaptaciones –desde el largometraje de Leslie Martinson de 1966, el de Tim Burton de 1989 hasta el de Nolan de 2008-: un personaje sediento de mal, sin límites para la crueldad y la traición, sin vida privada, de un cinismo sin causa y un pasado que no conocemos. El perro ladra porque tiene hambre, o porque sus dueños le pegaron o porque ha salido bizco y lo desprecian. La historia de superhéroes y supervillanos que instaló el monopolio estadounidense DC –en competencia con Marvel-, trató de moldear las mentes de millones de jóvenes con que necesitamos de distinción individual para sobresalir de la media, de ser superhombres, de combatir el crimen abstacto, ayudando a la Ley y a hombres y mujeres que se pasean en autos caros y fuman Blister-Paroissien.

El Guasón de Phillips nos parece más humano. Un payaso que trabaja en la calle publicitando un negocio, que va a los hospitales a sacar sonrisas cual Patch Adams (para quienes la encuentren en su memoria, en la sección “tardes viendo Canal 13”), que vive sólo con su madre, que se enamora y que tiene una tarjeta arrugada en el bolsillo para advertirle al desconocido sobre su risa frenética- automática. Un payaso adesgarbado, con las costillas que se le marcan, burlado por un mundo al cual pretende no hacerle caso y perdonarle su intolerancia. Pero los globos de los payasos no se inflan para siempre, y cuando revientan, su ruido puede confundirse con el de un disparo. Arthur Fleck, el protagonista de la película, nos dice que la locura, el resentimiento y el dolor de los villanos malditos que se han esforzado por grabarnos en el imaginario social, son producto de una sociedad y sistema podridos. La película nos dice que de la alcaldía de la ciudad (Thomas Wayne, un empresario de la construcción cual Macri-Calcaterra) proviene el olor a podrido, y que no está tan errada la gente que se rebela contra “los ricos Wayne” (así dicen los carteles de las movilizaciones).
En un mundo donde Patricia Bullrich se abraza al Batman macrista de Nueva York, los héroes tradicionales pierden su prestigio y su polvo de oro. La reconstrucción de algunos villanos y personajes marginales aparecen más atractivos, cercanos y enemistados con el sistema en que nos vemos envueltos: el profesor y sus ladrones de La Casa de Papel o la Sub 21 de San Onofre. Arthur Fleck podría haber apostado a la lucha del pueblo, encontrando confianza en lo colectivo. Pero cree que no hay quien se salve. Por eso se transforma en el Guasón.
En un mundo donde Batman y Bugsbunny se abrazan con los macristas, pensamos: ¿Quiénes son los villanos que siempre nos vendieron?
