El 12 de julio se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de Juana Azurduy. En la guerra de la independencia de nuestro continente, participaron miles de mujeres de forma heroica, para ver nacer la libertad en nuestra patria grande. La historia oficial ocultó por mucho tiempo el papel que tuvieron ellas en la revolución. Sin embargo, la figura de Juana Azurduy y el protagonismo que tuvo fue tan importante que fue imposible negarla.

Juana nació en Toroca, en el departamento de Potosí, hoy Bolivia. Su origen era mestizo. Creció en una estancia aprendiendo a cabalgar junto a su padre, llegando a dominar esta práctica igual que otras que estaban destinadas por mandato social de época solo a los hombres. Sus padres fallecieron cuando todavía era muy pequeña. Por esta razón pasó parte de su juventud en un convento de monjas. No se acostumbró a este estilo de vida y regresó a su estancia a vivir con sus tíos. Contrajo matrimonio con Manuel Padilla, un conocido de su infancia, hijo de una familia vecina de la estancia donde creció. Tuvieron cinco hijos.
Al calor de la lucha
Tanto Juana como Manuel tenían fuertes convicciones revolucionarias, que fueron forjando en un contexto de guerra. El 25 de mayo de 1809 se rebeló el pueblo de Chuquisaca, destituyendo al Virrey. Juana dejó a sus cuatro hijos para participar de la lucha junto a Manuel. Peleó incluso estando embarazada de su quinto hijo. Su caso no fue una excepción, muchas mujeres se incorporaron a la lucha en aquellos años. El 3 de marzo de 1810, organizó una tropa de ayuda a las expediciones que envió Buenos Aires al Alto Perú. Cuando Manuel le encomendó la defensa de la hacienda de Villar, mientras él dirigía un ejército hacia la región del Chaco, los españoles atacaron Villar para cortar la retirada al general Padilla. Juana la defendió con treinta fusileros. Con la Revolución de Mayo en Buenos Aires, Juana y Manuel se unieron al Ejército del Norte para combatir a los realistas del Alto Perú. En 1812 Juana organizó el “Batallón Leales» y se puso junto con su esposo a las órdenes del general Manuel Belgrano, nuevo jefe del Ejército del Norte quien le obsequió su sable como reconocimiento a su valor, cuando la conoció personalmente. En 1816 Juana fue herida durante la batalla de La Laguna. Su esposo murió intentando rescatarla. Durante el trascurso de la guerra, también perdió a sus hijos y sus propiedades. Fue entonces cuando recibió la ayuda de Martín Güemes, y ambos combatieron a los españoles en las fronteras de lo que hoy es el norte argentino. Acabado el auge de la misma, en 1825, Simón Bolívar la visitó en Chuquisaca. Allí la ascendió al grado de coronela y le otorgó una pensión para ayudarla económicamente. Sin embargo, como le sucedió a muchas/os patriotas, su gran aporte a la independencia no fue reconocido como lo merecía. Murió en la extrema pobreza, el día 25 de mayo de 1862 cuando estaba por cumplir ochenta y dos años y fue enterrada en una fosa común.
Un faro para las mujeres y el pueblo
Juana supo conducir a un gran ejército de hombres y mujeres, luchando contra los prejuicios de su época. Su manejo del quechua y el aymara, y su condición de mestiza, ayudaron a generar un vínculo muy fuerte con aquel grupo, conformado principalmente por indígenas. En los tiempos de hoy, las luchas de nuestro pueblo contra la política del gobierno de Macir, están teñidas por el gran protagonismo de las mujeres. Juana Azurduy y todas aquellas mujeres que participaron de la guerra anticolonial son un ejemplo que levantamos hoy para lograr una nueva y definitiva independencia. Recordando su enorme valor revolucionario, tenemos más presente que nunca que la revolución viene oliendo a jazmín.
