Era impensable apenas un año atrás creer que este 2018 las mujeres íbamos a dar pasos gigantes. Aunque no ganamos la sanación completa de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, removimos aguas profundas. Avanza la marea y no hay marcha atrás.

mafia chispa

Las cifras de 500 mil abortos clandestinos por año difundidas por el (ex) Ministerio de Salud de la Nación tomaron cuerpo, nombre, rostros, historias. Por primera vez se puso en la agenda política un tema que venía escondido debajo de la alfombra. Muchas mujeres que nunca habían podido poner en palabras las situaciones que habían sido obligadas a vivir por la clandestinidad del aborto, pudieron romper el silencio y escuchar sus voces replicadas por cientos de miles. Se ratificó que el aborto es una realidad en la Argentina y que la persecución penal no impide que las mujeres tomen la decisión de abortar y busquen los mecanismos para interrumpir el embarazo no deseado. En segundo lugar, quedó en evidencia para la mayoría de la sociedad que la clandestinidad del aborto implica un verdadero problema de Salud pública que hoy se lleva la vida de las mujeres pobres que no pueden acceder a condiciones de salubridad para interrumpir sus embarazos. La consigna “aborto legal es justicia social” se demostró más acertada que nunca.

Responsables

El 13 de junio, con un millón de personas afuera del Congreso y miles en todo el país, logramos la media sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Fue un triunfo histórico. Para el debate en el Senado habíamos sido un millón, el 8 de agosto teníamos que ser dos millones; y que si bien el aborto se debatía en el Senado, la única forma de ganar era estallando las calles y plazas del país. Finalmente, se impuso el rechazo a la ley por 38 votos contra 31.

El gobierno de Macri es el principal responsable. Eligieron darle la espalda a la muerte de mujeres por abortos clandestino. Además, las posiciones adoptadas en el Senado por la vicepresidenta Michetti, Pinedo y la mayoría del bloque pro, dieron aire  los sectores reaccionarios que se fueron expresando de diferentes maneras, por ejemplo, alzando carteles con la consiga “Cristo Vence”, la misma que portaban los aviones que bombardearon la Plaza de Mayo en el 55.

Como seguimos

Este proceso de meses tonifica la lucha del movimiento de mujeres y su unidad. Seguimos planteando la triple consigna como base de las demandas al gobierno en materia de políticas públicas reproductivas: educación sexual integral para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal seguro y gratuito para no morir. No perdimos, tomamos impulso para volar más alto. Más temprano que tarde el aborto va a ser legal en nuestro país.

Los desafíos son grandes. Hoy asistimos a una brutal profundización del ajuste con el consecuente crecimiento del hambre, la pobreza y la desocupación. Las mujeres somos las más afectadas por la crisis, porque –entre otras cosas- somos las primeras en salir a bancar la olla cuando el hambre pica en la panza de los pibes. Uno de los principales desafíos que tenemos es sostener la pelea por el aborto legal sin secundarizar el resto de las demandas del movimiento, y pelear para que esta ola se siga uniendo al resto de las luchas populares.  Junto a nuestro pueblo, estamos llamadas a seguir haciendo historia.

8a2

Liz

Apenas seis días después de que se rechazara la legalización del aborto en el Senado, se conoció la muerte de una mujer producto de un aborto casero. Liz, como se la llamó, se había introducido perejil en la vagina para poder abortar. Llegó al hospital Manuel Belgrano de San Martín  (Bs. As.) con un cuadro avanzado de infección. Le extirparon el útero pero no pudieron salvarla. Tenía 34 años y era madre de dos niños. La tragedia de Liz es la evidencia de algo que se repitió una y otra vez: la ilegalidad del aborto no impide los abortos, no salva a nadie, las que mueren son las pobres.

El rol de la iglesia

No puede obviarse, el rol que jugaron distintos sectores religiosos para impedirnos a las mujeres el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos.  La Iglesia Católica cerró filas en el tema, desplegó un fuerte lobby en el Senado, en las parroquias, en las escuelas religiosas, etc. Las iglesias evangélicas fueron las que principalmente organizaron a la gente que se movilizó en la calle. Pero no pudieron imponer sus creencias morales y religiosas a la mayoría que se movilizó en la calle. Sólo lograron que se fortaleciera el rechazo a estas instituciones, entre las jóvenes principalmente. Frente a esto hay que decir que hay temas como la lucha contra el hambre o la pelea para que no haya ni un pibe menos por la droga, en los que nos unimos a los sectores progresistas de la iglesia católica. Pero en este tema nos dividimos y ellos cerraron filas con la parte más reaccionaria. Además, pelear juntos en algunos terrenos no implica dejar de cuestionar las ideas atrasadas que tiene sobre el rol de la mujer en la familia y en la sociedad, así como la situación de privilegio que mantiene respecto a otros credos, recibiendo millones del Estado para su sostenimiento.

Varones: ¿nosotros qué hacemos?

Las violencias que sufren las mujeres responden a un patrón estructural que no podremos erradicar por completo sin cambiar de raíz la sociedad en la que vivimos; además sirven para sostener el sistema. Por eso sabemos que ésta no es una batalla contra nosotros los varones, sino contra el patriarcado y el capitalismo. Sin embargo, es evidente que detrás de un hecho concreto de violencia (violencia sexual, doméstica, económica, psicológica, etc.) hay un varón concreto ejerciendo poder. Muchas veces hay un grupo de varones que lo legitima (por acción u omisión). A veces, en las violencias más sutiles (que son muy nocivas porque son las que construyen el ‘sentido común’ que es principalmente machista), ese ejercicio de poder pareciera no verse y es difícil debatir por qué hay que cambiar de actitud. Otras veces, es evidente. En todos los casos, es fundamental que los varones seamos abiertos a las críticas, cuestionemos nuestras propias actitudes, hablemos y discutamos cuáles son los modos en que podemos corrernos de ese lugar de opresores que el sistema nos impone. Ese proceso que tenemos que hacer los varones es angustiante porque nos encontramos con que hemos ejercido distintos grados de violencia hacia las mujeres, pero también es necesario y a su vez reparador pelear para transformar ese tipo de vínculos. No sólo para profundizar los debates ideológicos, sino para expresar en cuestiones concretas cómo podemos seguir avanzando y para no seguir funcionando como un engranaje intocable de la violencia patriarcal. La lucha por los derechos de las mujeres, como se demostró en la marea verde, la encabezan ellas pero es de toda la sociedad.

Deja un comentario